Alma, vida y vocación |
Miles
de jóvenes desean algún día convertirse en grandes médicos, poder aportar
grandes cosas a la humanidad con sus conocimientos, no quedarse con el mero
título de médico general sino llegar a ser ese neurocirujano, ese cardiólogo,
ese oncólogo, ese internista, ese obstetra, ese genetista que no solo salva
vidas sino que brinda una excelente calidad de vida. Para llegar a esa meta,así como afirma el Doctor Pedro Rovetto
“El que solo sabe de medicina, no sabe nada”, se debe reconocer que un
excelente médico no solo es el que conoce la funcionalidad de los órganos, todas
las etiologías de las enfermedades, los tratamientos, los síntomas, sino ese ser integral que aplica sus
conocimientos siendo una excelente calidad de persona, un médico culto, humilde,
el cual no olvida que está tratando con
seres humanos, reconociendo que la medicina hace parte de la cultura. Por tal
motivo debe de conocer cómo es esa cultura, esa población con la que
interacciona, en qué mundo están inmersos sus pacientes a nivel político,
económico, social, cultural y científico. Es aquí donde se ve la importancia de
la literatura pues esta ha sido una gran herramienta en la sociedad para
mostrar historias reales o irreales que siempre dejan para la humanidad una
enseñanza, un aprendizaje, en donde muchas veces representa la vida de muchos
seres humanos. La literatura permite abrirse a otros mundos, conocer por
ejemplo un hecho histórico que haya marcado la raza humana, una historia en
donde una pareja afronta una enfermedad mortal o una relato en donde se
demuestre que hay cosas que el médico no puede resolver, pues no es perfecto,
no es Dios. Al médico poder relacionar
todos los ámbitos de la vida, no solo los meramente científicos, llegará a ser un excelente profesional de la
salud que no solo ve a su paciente como ese ser que padece un cáncer, una
epidemia, enfermedad o una simple gripa, sino que reconoce que la salud de un
ser humano también se ve muy influenciada por diferentes aspectos como es el
buen trato y la buena relación de médico-paciente. Aquí vale la pena destacar
la frase de Ernest von Leyden: “el primer acto del tratamiento es el acto de dar la
mano al enfermo”